El otro día un vecino me pilla en el ascensor maleta en mano y ni corto ni perezoso me pregunta: –¿A dónde vas de viaje? Estas cosas solo pasan en España. Me quedé tan cortado ante una ingerencia así en mi vida privada que, en vez de contestarle con sequedad “y a ti qué te importa”, se lo confesé ingenuamente: –Me voy a una mesa redonda sobre el futuro. Nunca lo hubiera hecho. El vecino maleducado me demostró que no es que acabase de ver un programa de El Hormiguero y todavía estuviese un poco excitado, es que el pobre era así y no tenía remedio. ¿El futuro? –me espetó–, ¿no te habrás hecho de Podemos? Me quedé a cuadros. ¿Qué tendrá que ver Podemos con el futuro?: a no ser –me dije– que se trata del único partido político cuyo nombre es un tiempo verbal y que además tiene valores de futuro (como en mañana voy a Barcelona, p. ej.).
Ya ven cómo somos los lingüistas frikis. Anda el país histérico con los pactos postelectorales y resulta que a mí la palabra futuro solo me sugiere un tiempo del verbo. Mi vecino se apresuró a sacarme del error: –Hombre, lo decía porque todos se están reuniendo para pactar los sillones y las prebendas y, como tú eres de la universidad, ya se sabe que lo vuestro es Podemos o por ahí. Me quedé pensativo. Es cierto que Podemos es un invento de un grupo de profesores de una facultad de la Complutense y que echan un tufo a asamblea de penenes que tira de espaldas, pero tanto como suponer que todos los de la universidad somos de Podemos… Si conozco de algo al personal, todos se dirían de Podemos para poner el cazo en el supuesto de que Iglesias y sus chicos llegasen a ocupar esos cargos que afirman despreciar, pero, mientras las cosas no estén claras, la gente nadará y guardará la ropa (lo llaman el método de prueba y error, que queda más científico).
Como me apresuré a aclarar el malentendido y le expliqué que iba a un simposio sobre la expresión del futuro en las lenguas románicas (¡), mi vecino se alejó musitando que yo no tenía remedio y que cuando me tocase el turno de la presidencia de la comunidad de vecinos iba a ser un desastre. Adiviné lo que estaba pensando por el careto que se le puso: “Este tío a lo mejor hasta se cree que las derramas son alguna cochinada”. Puede que tenga razón. Con todo, el incidente me hizo pensar, pues cuando explico en clase lo del futuro, les hago ver a mis estudiantes que existen varios tipos de futuro y que el lenguaje es capaz de expresarlos todos: el futuro reversible de la mecánica, el irreversible de la termodinámica y el psicológico del tiempo interior. Así el fututo fetén, el de amaré, es irreversible: la parienta te dice mañana comeremos en casa de tía Emilia y ya se entiende que no hay escapatoria, que una vez en la vida habrá que cumplir. En cambio, el futuro formado con una perífrasis de presente más infinitivo es reversible: te voy a contar un chiste se lo decimos al colega de la oficina con la esperanza de que haya reciprocidad y perdamos un poco el tiempo. En cuanto al presente que vale por futuro expresa una duración psicológica: el ahora voy de la novia que se está arreglando ya se sabe que para ella significa en seguida, pero que para el que la espera suele significar una hora más o menos.
Pues lo mismo ocurre con los pactos políticos. Por ejemplo, el pacto del PSOE con Podemos es claramente un ejemplo de futuro irreversible. De la misma manera que un ser vivo se va deteriorando hasta acabar sin vida, el pacto de un partido antiguo y de orden con un partido nuevo que quiere volver el mundo patas arriba solo puede terminar con la extinción de los primeros, Esto no quiere decir que las cosas vayan a cambiar para los ciudadanos. En la naturaleza unos escarabajos mueren y otros nacen para que siga habiendo escarabajos que hacen lo mismo que los anteriores.
Por el contrario, el pacto de Ciudadanos con el PP es un pacto de futuro reversible, como el tiempo mecánico del reloj cuando lo retrasamos cinco horas volando hacia América o lo adelantamos otras cinco yendo a Asia. Es una especie de hoy por ti, mañana por mí. Vale, los del PP están bajo mínimos, han acabado por resultar una panda de corruptos y no hay quien los quiera: necesitan a Ciudadanos para lavarse la cara. Pero ojo con los votantes del PP. En cuanto Ciudadanos les parezca demasiado moderno, por ejemplo en cuanto se percaten de que apoyan la ley del aborto o de que prefieren una cosa rara que se llama I+D+i a la fiesta de los toros, les darán la espalda y volverán al carquerío pepero de siempre.
En cuanto al futuro psicológico, consistente en que un mismo evento les parece a unos que dura mucho y a otros casi nada, es el de los pactos originales, pero por eso mismo van un poco contra natura ¿Qué tal PSOE más Ciudadanos? Parece una buena idea, lo social junto con la modernidad económica. Lo malo es que podría ocurrir que a unos les pareciese que iban demasiado deprisa y a otros que demasiado lentos. Por ejemplo, los del PSOE podrían pensar que eso de “a cada uno según sus méritos” resulta elitista, pues las leyes socialistas de educación se han basado tradicionalmente en la defensa de la mediocridad. O, al revés, los de Ciudadanos podrían creer que todo ese rollo sociata del federalismo y de las lenguas es puro separatismo encubierto.
Así estaba yo cavilando sobre pactos y otras zarandajas cuando mi vecino me volvió a la realidad con crudeza: –Mira, he pensado que, como tú eres un científico y no vales para estas cosas, el año que te toque la presidencia de la comunidad me la pasas a mí, que conozco un albañil estupendo que es cuñado mío y nos puede hacer una reforma de patio chulísima. Ahí lo tienen: tanto pacto, tanta fruslería democrática, y resulta que el verdadero tribuno del pueblo es vecino mío. Hasta dice que con lo que saquemos de la venta del material de derribo, que total había que tirarlo, me financiará un simposio exprés, esta vez sobre el condicional. No sé qué pensar, la verdad: no me queda claro si nuestro pacto de futuro es reversible, psicológico o irreversible. A ver si va ser un pacto de pasado…
Por favor, «ingerencia» no. Duele a los ojos x___x
Bueno, no corra tanto, como se puede imaginar en un blog filológico la ortografía tiene su miga. Antes era más emocionante porque los autores no disponían de un programa de corrección, pero ahora es diferente. Existen dos verbos distintos, ingerir (de ingerere) e injerir (de inserire), que significan la acción de meter algo en otra cosa, el primero en sentido material (meterse algo en la boca) y el segundo figurado (entrometerse en un asunto). El postverbal de ingerir es ingestión y el de injerir es una palabra que tradicionalmente se escribía ingerencia o injerencia de manera indistinta: todavía figuran como grafías alternativas en la 15ª edición del DRAE (1914). Luego la RAE decidió considerar ingerencia como desusado y así lo refleja hoy el Diccionario panhispánico de dudas. Como habrá comprobado el vecino interlocutor de mi texto empieza por entrometerse y termina proponiendo un chanchullo económico, es decir, comete una injerencia que acaba en ingerencia. Eso es todo.