Sumas y restas

(Fotografía de Emilio Ruiz)

 

Esto de la Lingüística es un mal rollo cuando se lo tienes que explicar a un extranjero. Si eres profesor de Matemáticas, les cuentas lo de las decenas y las unidades, luego escribes 32 en la pizarra y todos entienden que hay tres decenas y dos unidades. Si explicas Química pasa lo mismo: ClNa tiene cloro y sodio, y no hay nada más que decir. Hasta en Historia los nombres tienen su lógica: Felipe III reinó después de Felipe II y antes de Felipe IV. Pero en las lenguas las cosas no siempre funcionan de esta manera. Si tienes mesa y blanca, haces un combinado y te sale mesa blanca. También cuando mezclas comieron con chocolate, agitas un poco y resulta comieron chocolate: evidente. Bueno, pues de la misma manera que cuando combinas estirar con la sábana te sale estirar la sábana, habría sido de esperar que cuando combinas estirar con la pata te saliese estirar la pata. Y, de hecho, salir, sale, pero es un plato indigesto. Porque cuando un amigote extranjero, que te ha invitado a su casa y te ofrece una cama, te dice ponte cómodo, estira la sábana y así podrás estirar la pata a gusto, no dejas de ponerte mosca porque eso de estirar la pata, además de fúnebre, te parece una manera bastante grosera de referirse a la muerte.

Hemos topado con los modismos –por cierto: ponerse mosca también lo es, a saber qué forma de ponerse será esa–, un terreno incómodo en el que el frikismo limita con el desvarío. Lo que para nosotros significa estirar la pata, los ingleses lo expresan con to kick the bucket (literalmente “dar una patada al cubo”), los alemanes con den Löffel abgeben (“devolver la cuchara”), los franceses con casser sa pipe (“romper su pipa”) y los italianos con tirare le cuoie (“estirar los cueros”). A todos se les ve el plumero (otro modismo: me pregunto cómo será ese plumero). Los ingleses, siempre andan dando la vara (nuevo modismo) con el football, para ellos hasta morirse es algo que tiene que ver con the sport. En cambio los alemanes nunca dejarán de ser unos zampabollos, la idea de morir la asocian con dejar de comer y devolver su cuchara.Y los franceses, ¿qué quieren que les diga? Prefiero no entrar en detalles escabrosos, pero esta gente siempre serán unos verdes. En cuanto a los italianos, ¡mira que preocuparse por ir bien vestidos con sus pieles hasta cuando se van al otro barrio! Y eso que los modismos ingleses, alemanes, franceses e italianos comparados con los nuestros son simples primos hermanos.

Cuando comparamos los modismos españoles con los de lenguas verdaderamente diferentes, las sorpresas suelen ser mayúsculas. Por ejemplo, fíjense lo que les sugiere la palabra māo, “gato” a los chinos: māo yǎn, “ojo de gato”, o sea mirilla; māo dōng, “invierno gato”, o sea pasarse el invierno sin salir; māo kū lǎo shǔ, “el gato llora por el ratón”, o sea hipócrita; māo shǔ tóng mián, “el gato duerme con el ratón”, o sea colegón en un chanchullo. Esta lengua es una caja de sorpresas. Hasta Felipe González quedó prendado de ella cuando adoptó aquello de bù guǎn hēi māo bái māo, zhuā dào hào zi jiù shì hǎo māo, que como ya se habrán imaginado significa “gato negro o gato blanco, lo que importa es que cace ratones”, más o menos. Abrumado por tanta prolijidad gatuna, el lingüista friki patriótico, que también existe, te salta con que en español hay muchos modismos a base de gato. Desde luego: dar gato por liebre, buscarle los tres pies al gato, ponerle el cascabel al gato, haber gato encerrado, llevar el gato al agua, de noche todos los gatos son pardos… Pare el carro, jefe. Yo no he dicho que el español sea una lengua pobre ni que los hablantes de español seamos modestos modistos de la modosa moda del modismo. Yo lo que digo es que se trata de visiones del mundo muy diferentes. Mientras que nuestro aprovechamiento del gato es bastante previsible, pues los gatos, en efecto, son bichos ariscos cuando se los encierra o se los molesta, que huyen del agua, que caminan de noche y nos vigilan con sus ojos verdosos, que suelen ser ofrecidos como conejo en algún que otro figón desaprensivo, etc, en cambio las cosas que se les ocurren a los chinos a propósito de los gatos me parecen de lo más sorprendente. Claro que ellos –los chinos– tal vez a quien ven algo raritos es a los hispanohablantes (los gatos seguro que nos ven raros a los dos, a los hispanos y a los chinos). Como decía aquel poeta tan cursi, Campoamor, en un poema famoso, “En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira / todo es según el color del cristal con que se mira”.

Pues mira por dónde, a propósito de los versos del poeta, me paso al otro asunto que quería tratar. Y es que los problemas no acaban con las sumas, también las restas tienen su intríngulis. Como siempre, en las ciencias las cosas son bastante sencillas. Si a 34 le quitas 10 te quedan 24, aquí y en Marte. Si al ácido sulfúrico, SO4H2, le quitas el anhídrido sulfúrico SO3, te queda agua, H2O. Si a Hitler le quitas el bigote, te sale Trump: al fin y al cabo, a ambos se les ocurrió lo mismo, gastarse todo el dinero en armamento y arreglar (es un decir) el problema del paro preparando la próxima guerra. La resta aritmética es el inverso de la suma y funciona con su misma lógica.

Pero fíjense en lo que pasa con los poetas (los de verdad, este Campoamor era más bien un sucedáneo rimador). El poeta Dámaso Alonso prosificó el célebre poema de Góngora Fábula de Polifemo y Galatea (1612) con el propósito de acercarlo al lector actual. La estrofa VI dice:

De este, pues, formidable de la tierra
bostezo, el melancólico vacío
a Polifemo, horror de aquella sierra,
bárbara choza es, albergue umbrío
y redil espacioso donde encierra
cuanto las cumbres ásperas cabrío
de los montes esconde: copia bella
que un silbo junta y un peñasco sella,

Pues fíjense la de cosas que se le ocurren al maestro:

“De repente nos sorprende un terremoto: es Polifemo que regresa a su cueva. La sintaxis se desmorona, todo tiembla, los versos se encabalgan (es decir, las pausas naturales en la frase no se corresponden con los finales de verso), hay un enorme hipérbaton que, a cambio, distribuye casi uniformemente los acentos, como los pasos de un gigante:

De este, pues, formidable de la tierra
 bostezo, el melancólico vacío…

Hay además una metáfora atrevida: la entrada de la cueva es un melancólico bostezo de la tierra. Los pasos rítmicos continúan en los versos siguientes, pero más sincopados aún, donde aparece finalmente la causa: Polifemo. La cueva es su hogar y su redil. Su rebaño es descrito con una hipérbole y uno de los hipérbatos más violentos de todo el poema, que separa a cuanto de cabrío y a las cumbres ásperas de los montes, además de dejar al final el verbo esconde:

a Polifemo, horror de aquella sierra,
 bárbara choza es, albergue umbrío
 y redil espacioso donde encierra
 cuanto las cumbres ásperas cabrío
 de los montes esconde.”

¿Pensó Góngora todo esto antes de escribir los versos y luego fue eliminando mentalmente un trozo aquí y otro allá? Eso parece. Desde luego cualquiera que haya leído haikus se da cuenta de que por detrás de las escasas palabras que se le muestran al lector hay un mundo oculto de lo más inquietante. Vean, si no, este haiku de mi amiga Susana Benet:

Anochecer.
Sólo refleja el charco
las flores blancas.

(Lo olvidado, Uno y Cero Ediciones)

o este otro de mi amigo Luis Moliner:

Enamorado
del agua, en las aguas
culminas, mirlo.

(Basho, inédito)

Dos haikus tan cercanos temáticamente y, sin embargo, tan distintos. Menos mal que los editores literarios, que son gente bregada y algo propensa al suicidio (económico), suelen entender del asunto. De lo contrario es seguro que tendrían a nuestros poetas por tipos poco trabajadores que se conforman con reunir a voleo algunas docenas de palabras, ponerlas en fila unas detrás de otras de cualquier manera y, ¡zas!, libro de haikus al canto. Más o menos lo mismo que decían de los pintores abstractos, esa gente tan rara que parece que no sabe pintar una cara y se limita a poner un cuadrado y unas rayas como los niños.

Resumiendo: mientras que los modismos suman palabras para obtener un sentido nuevo que no equivale a la suma de los sentidos de aquellas, la poesía resta palabras para obtener un sentido especial que tampoco coincide exactamente con su paráfrasis. Los alumnos –a veces siguiendo las recomendaciones de algún profesor poco afortunado–, se empeñan en explicar un poema. Es imposible: los poemas no se pueden explicar, simplemente se sienten. Es como si estuviésemos escuchando un concierto coral de Bach en una iglesia y la chavalería no nos dejase oír bien. Sería ridículo que alguien de al lado nos dijese: «–No se preocupe, a la salida hay unos folios en los que explican este Magnificat en D mayor, BWV 243».

Así que si están un poco acomplejados por aquello de ser de letras, saquen pecho que no hay motivo. Los lingüistas frikis también tenemos nuestro corazoncito matemático, solo que late siguiendo las leyes de una matemática especial. De la misma manera que hay geometrías no euclideas en las que un triángulo escaleno equivale a un triángulo equilátero, y de la misma manera que hay sistemas de numeración en los que dos y tres no son cinco, hay una aritmética frikilingüística en la que las sumas restan y las restas suman. Ahí queda eso. Se lo dejo como mortificación intelectual, que para eso estamos en Cuaresma.

2 Comentarios

  1. Palmira escribió:

    En cuanto a la poesía yo estoy por quitar en lugar de poner, porque a veces los poemas empachan. En cambio, quedarse con lo esencial y que nos diga algo, aunque puede parecerse al estilo abstracto, no es lo mismo. Porque unas pocas palabras pueden decirnos más que unas simples rayas. O tal vez no, según el cristal con que se miran.
    Lo del bigote, muy oportuno. Gracias.

    23/03/2017
    Responder
  2. Luis Moliner escribió:

    Humor y sabiduría fundidos -¿o son la misma cosa?- en el texto. El final tiene el aspecto de un koan que todo poeta debería hacer suyo. Gracias, Ángel.

    24/03/2017
    Responder

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