Las palabras malsonantes tienen mala prensa, pero curiosamente esto ocurre solo entre la gente normal, no entre los lingüistas y menos aún entre los lingüistas frikis. Los chicos de ahora no necesitan hurgar mucho para encontrarse con palabras soeces. Ni siquiera es necesario navegar por internet y buscar videos porno, con que pongan la televisión y se asomen a una tertulia andan servidos. Pero para sus padres, ya no digamos para sus abuelos, las cosas no fueron tan fáciles. Lo pasaban bastante mal yendo de puntillas al cuarto de estar, sacando el diccionario gordo de la estantería y hojeándolo nerviosamente hasta toparse con aquellos vocablos prohibidos: pene, puta, pecho, pedo… Nadie sabe por qué las palabras feas solían comenzar por Pe, aunque también había otras, v.g. culo y teta.
La verdad es que no se entiende cómo podían ponerse cachondos con la información que el diccionario les suministraba. El de la Real Academia decía en su edición de hace un siglo (la de 1917): “pene (del latín penis). m. Miembro viril”. Pues sí que estamos bien: desde luego, la chica que se pusiese a tono con este incentivo era una verdadera Mesalina. O esta otra definición, que tampoco era manca: “vagina (del latín vagina, vaina). f. Zool. Conducto membranoso y fibroso que en las hembras de los mamíferos se extiende desde la vulva hasta la matriz”. Como a los chicos sus maestros los solían recriminar diciéndoles «no seas vaina», acababan armándose un lío con lo de que la vagina era propia de hembras y encima de mamíferos (¿). Pero ya nada es lo que era, hasta la RAE se ha vuelto hipster. Si no, fíjense en lo que dice para pene en la última edición de su diccionario: “pene (del latín penis). m. Anat. Órgano masculino del hombre y de algunos animales que sirve para miccionar y copular.” ¡Serán cochinos! Curiosamente la definición de vagina no se ha modificado, es la misma que en 1917. Para que luego digan que la RAE es machista: pero hombre, si nunca emplea la palabra macho, si solo usa hembra…
Entre las palabras feas que buscábamos en el diccionario también estaban los insultos. Por ejemplo, imbécil, idiota, gilipollas. Por desgracia la información que se nos proporciona era y es equívoca. Tanto el DRAE de 1917 como el actual dicen: imbécil (del latín imbecilis). adj. Alelado, escaso de razón. ¿De dónde se habrán sacado esto? Daría cualquier cosa por ver a un mecánico que está desabollando una chapa sostenida por un compañero y que, cuando se le desvía el martillo y aplasta el dedo del que la sostenía, este va y le espeta: ¡alelado, que eres un escaso de razón! Los diccionarios normales no saben definir los insultos. Para eso hay que acudir a un trabajo estupendo titulado Diccionario del insulto, de los profesores Juan de Dios Luque, Antonio Pamies y Francisco Manjón (¡qué casualidad, se llaman igual que tres amigos míos!).
Insultar es un arte y todas las artes requieren una formación cuidadosa, aparte de ciertas dotes naturales. Por eso, creo que hay que valorar debidamente la nueva vena insultona de Mariano Rajoy en la campaña electoral andaluza donde llamó a sus competidores zascandiles, amateurs, comentaristas o tertulianos; y poco después en Valencia hablaba de adanes. Para captar la sutileza de su ristra de imprecaciones no hay más que compararlas con la obviedad de los insultos que el ministro Wert dedicaba a los indignados del 15-M: utópicos, radicales, con gotas de ignorancia y de simpleza. Eso por no hablar de la grosería de Marta Ferrusola cuando le dijo a un periodista “¡váyase a la mierda!” (vagi-se’n a la merda). Lo primero que llama la atención es el ritmo anticlimático, de más a menos, de las imprecaciones del presidente: zascandil es más grave que amateur, que es peor que comentarista, que a su vez es menos neutro que tertuliano. Es como si este hombre, consciente de que se había pasado, fuese aflojando el pie del acelerador. Lo normal es ir aumentando la presión conforme uno se calienta, como hace el ministro de Mala Educación, un verdadero matón de taberna: chulo, cabrón, hijo de puta le diría amenazador, pasando de lo menos a lo más, a un votante de Podemos (y sobre todo de Ciudadanos), nunca hijo de puta, cabrón, chulo. Pero don Mariano no, a don Mariano solo le sale zascandil, que significa “1. m. coloq. Hombre despreciable, ligero y enredador.” Todo lo demás son términos del lenguaje del fútbol: amateur es la manera habitual de designar a los jugadores no profesionales, comentaristas son los periodistas deportivos, tertulianos lo somos todos cuando hablamos de los partidos de liga en el bar. Así es España: los representantes de los ciudadanos o son unos energúmenos o cuando quieren ir de finos echan mano de la única cultura que ha florecido entre nosotros, la del diario Marca. Señores de la oposición, si quieren ganar a Mariano, no se confíen: este hombre, a lo somarda, se está infiltrando como un zascandil en nuestros hogares desde la pantalla de plasma y luego no habrá quien lo detenga.
Pero, ahora que lo pienso: ¿no será que esta enumeración tiene truco y que cada término alude a un líder político? Lo digo porque Pablo Iglesias es un conocido tertuliano de las cadenas de televisión, Pedro Sánchez, un tipo que llamó al programa hortera Sálvame para hacer comentarios, y de Albert Rivera, todos recordamos que andaba vestido (es un decir) de Adán por los carteles electorales; eso por no hablar de IU o de UPyD, que van camino del descenso a la liga amateur. Me falta el zascandil: despreciable, ligero y enredador. Caliente, caliente: no andan ustedes descaminados.
El orden «miccionar y copular» es impagable y digno de la RAE, desde luego.