(Montaje de Emilio Ruiz sobre un dibujo de Ana Miralles)
Ya, ya llegó. Me consta que mis lectores estaban esperando este momento. Alguno incluso me lo había insinuado con muy poca delicadeza: –Pero, bueno, ¿vas a tratar el marrón de la puntuación o no? Saben lo que se dicen. Porque un filólogo no se equivoca nunca cuando recomienda ponerle una hache a “¿qué has hecho?” y quitársela a “he echado agua a la leche”, pero podría quedar en ridículo cuando se trata de los signos de puntuación. Puntos, comas, dos puntos, punto y coma… ¿cuándo y por qué? No está claro. Una chica critica a otra con su amiga:
Le dije cuatro frescas: me he quedado más ancha que larga
Le dije cuatro frescas; me he quedado más ancha que larga
Le dije cuatro frescas. Me he quedado más ancha que larga
Le dije cuatro frescas, me he quedado más ancha que larga
Estas cuatro formas de puntuar están bien, ningún académico podría darle a la chica con la palmeta en la mano. Tampoco se habrían atrevido porque ello los colocaría en la incómoda obligación de explicar las diferencias entre todas estas construcciones. El participio hecho es de hacer y el presente echo es de echar, pero cuando ponemos dos puntos o punto y coma o punto a secas o coma a secas, viene a ser lo mismo en los ejemplos de arriba: siempre estamos afirmando que la segunda oración es la consecuencia de la primera. Claro que lo mismo, lo mismo, no deja de ser un decir. Por eso, si cambio la coma por los dos puntos y digo cuando ponemos dos puntos o punto y coma o punto a secas o coma a secas: viene a ser lo mismo en los ejemplos de arriba, que la segunda oración es la consecuencia de la primera, resulta que ahora queda mal y no se entiende nada.
La cosa tiene su truco, tanto que, si este fuese un país serio, los filólogos tendríamos un chollo porque aprender a puntuar es un verdadero arte y nos forraríamos. Ya estoy viendo la cola de clientes en la escalera de mi casa:
–Maestro, ¿se escribe le dijo: estoy cansado o le dijo; estoy cansado o le dijo, estoy cansado o le dijo. Estoy cansado?
Pues, mira por dónde, solo está bien la primera. No voy a cometer la ingenuidad de explicárselo aquí. Esto de internet tiene el inconveniente de que no cobras nunca y para una vez que me necesitan, no voy a regalar el género. Me entran tentaciones de abrir una asesoría de puntuación, que es como las asesorías fiscales que tanto juego le han dado a Rato, a Bárcenas y a otros del mismo pelaje, por no hablar de los catedráticos de Derecho, que son gente de lo más respetable. Estos catedráticos distinguen entre dar clases magistrales en el aula sobre cómo es la ley y asesorar en su despacho a los clientes sobre cómo salir bien librados de las violaciones de la ley que han perpetrado. Pues yo, ídem. Les voy a explicar en general para qué sirve cada signo de puntuación, pero si quieren instrucciones concretas para casos concretos, tendrán que retratarse.
Helas aquí:
El punto a secas es como un descanso en el camino, significa un cambio de actividad. Antes estabas andando y ahora te pones a mirar el paisaje: Anduvo una media hora. Se veía una vista magnífica. Claro que hay descansos y descansos, unas veces sirven para echar un trago, otras para comer, otras, en fin, para buscar alojamiento y dormir hasta el día siguiente. Pues los puntos, por el estilo: la pausa breve es el punto y seguido; la pausa larga se representa con el punto y aparte; la superpausa mediante el cambio de capítulo.
Los otros signos no son propiamente pausas y, por esto, no hablamos de coma y seguido o de punto y coma y aparte. El único que se parece al punto son los dos puntos, que pueden ir seguidos de otras palabras o colocarlas aparte en la línea siguiente. Solo que aquí no tiene que ver con la longitud de la pausa, sino con el motivo. Cuando ponemos dos puntos y a continuación viene una oración, la concebimos como resultado, consecuencia o aclaración de la anterior. Cuando después de los dos puntos viene un párrafo bastante largo en la línea siguiente es que se trata de una cita y que antes ponía x dijo o z sugirió o algo por el estilo.
No hacen falta más signos, con el punto y con los dos puntos tenemos bastante. De hecho, se puede escribir sin ningún signo de puntuación como hacían los griegos, los cuales habrían escrito la frase anterior en la forma:
dehechosepuedeescribirsinningunsignodepuntuacioncomohacianlosgriegos
¡Vaya pasada! Estos pintorescos referentes de nuestra cultura se quedaban tan anchos escribiendo así. No separaban las palabras y leer era un ejercicio emocionante, casi como hacer un crucigrama o descifrar un texto encriptado. Los exámenes de mis alumnos tienen a veces esta pinta y no es que carezcan de signos de puntuación, es que ni siquiera separan las palabras. Yo no me enfado, es el legado de la Grecia clásica.
Pero a la postre se impuso el sentido común (en la historia de la cultura occidental, no en la universidad) y entre Aristófanes, unos cuantos romanos y un compatriota nuestro muy ordenado, que se llamaba Isidoro y era de Sevilla, fueron usando puntos bajos (luego comas) para separar palabras, puntos altos para separar oraciones y dos puntos o punto y coma para separar párrafos. Más tarde aparecieron la barra y el guión –un invento de Boncompagno da Signa (estos italianos, siempre tan ingeniosos)-, los signos de interrogación y de admiración, las comillas, los paréntesis, las mayúsculas y las minúsculas… Por cierto. Los puntos suspensivos –que más o menos valen por un etcétera- han llegado a tener un uso poético remediavagos de lo más curioso. ¿No les suena?: “El mar, el atardecer, mi chica…” escriben los malos poetas para que uno se imagine cualquier cosa. Lo malo es que “cualquier cosa” puede significar literalmente eso, por ejemplo, “El mar, el atardecer, mi chica, un camarero con bigote, una ración de morcillas”. Así no hay efecto poético que resista. Y a propósito de “cualquier cosa”: las comillas sirven para destacar, pero, créanme, es mejor la letra cursiva. Los reclamos de los restaurantes están llenos de expresiones como Desayuno popular: bocadillo de ”jamón” y café con leche: si el dueño supiese que lo que se está sugiriendo con “jamón” es que se trata de un embutido de dudosa autenticidad, no le haría ninguna gracia.
La normativitis de los signos de puntuación se ha ido espesando hasta volverse inextricable con la aparición de los emoticonos. Así que no se quejen, también los modernos somos culpables. El día que mi sobrina Rocío, que tiene doce años y es una friki de los emoticonos, me explique la diferencia entre una cabezota amarilla con dos corazones y una media luna, con dos agujeros y una media luna debajo, con dos agujeros y una media luna encima, con dos agujeros pequeños y uno grande, etc, y así hasta un centenar de cabezotas diferentes, ese día les explicaré de verdad lo de los signos de puntuación. En cualquier caso, sepan que esto de la puntuación también tiene su miga nacionalista, y no lo digo solo por la vírgula de la eñe que tanto entusiasma al Instituto Cervantes. El español se caracteriza por el signo que abre la interrogación (¿) y el que abre la exclamación (¡), que faltan en los teclados de ordenador de otras culturas y nos llevan de cabeza. El alemán puntúa siguiendo unas pautas rígidas que no tienen nada que ver con el sentido (vamos, que es como si se tomasen el café del desayuno siguiendo los acordes de una marcha militar). El francés juega con los signos diacríticos (los acentos: ´, ` , ^) de manera misteriosa. El inglés pasa de acentos pero, para compensar, escribe las palabras de los títulos con mayúscula o con minúscula, sin que nunca sepamos bien por qué, etc. Hay mucha tela que cortar en esto de los signos de puntuación.
Como al personal parece que le va la marcha, sugiero que este lío de las enésimas elecciones se zanje dejando que cada tendencia política se invente unas normas a su bola. ¿Se imaginan? Unos escribirían Rájoy, otros Ràjoy, otros Râjoy, otros Rajoy?, otros Rajoy!, otros Räjoy, otros “Rajoy”, etc. Así nadie podría decir que en este país no hay pluralismo político y que en las próximas elecciones nos imponen al candidato del IBEX. Que, por cierto, tampoco es el IBEX, sino el iBex, el Ibéx, el I’bex, lo que mejor les parezca. No hay nada como la libertad de grafía. Lástima que no venga acompañada de la libertad de sueldo.
¡Magnífico, Ángel! Me encanta como aunas tu sabiduría y tu gran sentido del humor.
Gracias, Carmen, me alegra que te guste. Ya sabes que los de nuestra quinta siempre nos hemos tomado la gramática -no digamos la normativa- medio en serio, medio en broma. Un fuerte abrazo.
Bueno esto de la puntuación da para mucho. Muy interesante el legado de la cultura clásica y su relación con los exámenes de ciertos alumnos…
Genial, tu blog educa y divierte
Ya sabes, por seguir con los clásicos, «prodesse et delectare», «per angusta ad augusta»…, y demás «aurea dicta» que lamentablemente han caído en desuso. Total, para ser sustituidos por macarradas en inglés. No somos nadie.
Que bueno su artículo. Pero no podemos olvidar que la lectura de un documento bien escrito es el objetivo a lograr. No es capricho la puntuación. Me mortifican las comas. Aveces ponen tantas que me desorientan las reglas.
Gracias a usted, estoy cursando un doctorado en lingüística en Estados Unidos. Sin duda, el mejor profesor que tuve en la Universidad de Valencia.
Gracias, Vicente, pásate por el Dpto. cuando estés en Valencia y charlamos un rato sobre estas rarezas filológicas. Un saludo cordial
Será en placer. Nos vemos en mayo.
Me ha llegado tu artículo a través de Carmen y me ha encantado. Según Carmen son una jovenzana (tampoco tanto, en realidad, pero sé que a ella le gusta decirlo), y también soy una friki de los emoticonos, así que por mí hacemos un intercambio de conocimiento. No creo que sepa tanto como tu sobrina pero, lo que no me sepa, me lo invento. Total, alguien tuvo que hacerlo por primera vez.
Muy interesante. Y voy a ver si hay más artículos que profundicen un poco más en el tema :p
Gracias por tus palabras de ánimo. Lo de los emoticonos, en efecto, es apasionante, pero no solo por razones generacionales, sino fundamentalmente porque representa la irrupción de la imagen en la escritura. No es casual que los emoticonos occidentales hayan acabado siendo una sucursal de los emojis japoneses: como que estos parten de la escritura ideográfica, que ya maneja imágenes simplificadas. Si te interesa el tema, acabo de estar en el tribunal de la tesis de Agnese Sampietro que versa sobre este asunto. La editorial Unoycero me dice que van a publiar un ensayo basado en dicho trabajo.
Un artículo estupendo, divertido e instructivo. A ver cuando aparecen recopilados y los utilizamos para consultar. Por cierto, profesor ¿he puntuado bien?
Muchas gracias, Mª Jesús. No me atrevo a recopilarlos no sea que afloren contradicciones entre las distintas entradas y mis amables lectoras me consideren un tipo frívolo. Un abrazo