Un eufemismo es un subterfugio para no llamar a las cosas por su nombre y presentarlas bajo un aspecto más favorable. La vida sería sórdida y desagradable sin los eufemismos. Claro que mi abuelo sabe que es viejo, pero prefiere que digamos que está en la tercera edad. Claro que mi vecina se ofendería si la llamo gorda, pero no si digo que es una mujer exuberante (hasta puede que se alegre si escribo exhuberante, porque queda más sexy). Los políticos saben que el eufemismo sirve para hacer pasar las trágalas amargas y hacen un uso indiscriminado del mismo. Es lo que se llama lenguaje políticamente correcto: Zapatero antes se hubiera dejado torturar que pronunciar la palabra crisis y siempre decía coyuntura negativa o desaceleración transitoria; Rajoy se ha especializado en intentar convencernos de que sus innumerables recortes son reformas estructurales, Fátima Báñez llama movilidad exterior a la emigración de los jóvenes, Guindos sostenía que el rescate era un préstamo en condiciones favorables y así.
El disfemismo es exactamente lo contrario, es decir, son expresiones que afean el referente al que se aplican, como cuando llamamos matasanos a un médico y sostenemos que sus pacientes no mueren, sino que estiran la pata. El disfemismo caracteriza al lenguaje popular, pero es poco frecuente entre los políticos –sería lenguaje políticamente incorrecto–, pues no pueden permitirse el lujo de desagradar a sus votantes. ¿Se imaginan al presidente del gobierno diciendo La letra con sangre entra: Hacienda os va a meter un palo que os vais a enterar so manirrotos? Para eso ya tiene a Montoro, el enfant terrible de la pandilla del gobierno. El presidente es mucho más comedido que su ministro y expresaba lo anterior en el discurso sobre el estado de la nación como sigue: Nada ha ocurrido por casualidad sino porque, con convicción, se han aplicado medidas que, si ya en el papel parecían adecuadas, a la vista de los resultados no nos queda sino reconocer su acierto. Ahí queda eso. Claro que no siempre hay votantes, en los regímenes dictatoriales son simplemente súbditos. Uno habría esperado que el franquismo, que era inmune a la crítica, hubiese empleado numerosos disfemismos, pero no fue así: cruzada por alzamiento militar, los enemigos de España por la oposición al régimen y los XXV años de paz por el silencio de los corderos siguen siendo eufemismos. Hasta su admirado Führer llamaba pudorosamente solución final al exterminio de los judíos. Algo raro tiene el disfemismo que los políticos huyen de él como de la peste.
Sin embargo, se puede llegar a una solución de compromiso, al eudisfemismo -como quien dice una de cal y otra de arena-, que es una especialidad típica de la lengua española y que trae de cabeza a los extranjeros. Por ejemplo cuando llamamos a un amigo cabroncete o decimos que es un hijoputilla. Todos sabemos que estos apelativos son más buenos que malos, aunque no nos atreveríams a soltárselos a nuestro jefe en la cara. Mis estudiantes extranjeros me miran con perplejidad –no porque les llame cabroncetes, no teman– cuando me obstino en explicarles giros como de puta madre o está tan bueno que te cagas. Pero en qué quedamos –sostiene estupefacto el alumno foráneo–, madre es algo bueno, ¿no?, y puta se supone que es algo malo, así que ¿cómo puede estar una sopa de puta madre? Tienes toda la razón, suele decirles un compañero de mi facultad, solo que nosotros somos así y no se puede hacer otra cosa: el eudisfemismo es como la comida agridulce, típica de la gastronomía china, un condimento contradictorio que, por extraño que parezca, se paladea con placer (¡chúpate esa! oriental picajoso, añade por lo bajini entre dientes mi colega).
Esta es la razón por la que no tengo nada claro qué puede pasar en las próximas elecciones. Si los votantes se dejasen llevar por su amor al eudisfemismo, volvería a salir el PP como dos y dos son cuatro. Recuerden la conocida joya de la señora Cospedal: «Como se pactó una indemnización en diferido en forma efectivamente de simulación o de lo que hubiera sido en diferido, en partes de lo que antes era una retribución, tenía que tener la retención a la Seguridad Social». Genial: era una simulación, pero también una retribución, y hubiera sido en diferido, aunque fue en diferido. Si esta Cospedal llega a firmar mis oposiciones, no las saco ni loco. No es la única lingüista eudisfemística que tiene el PP, por cierto: el nuevo portavoz Rafael Hernando, que llamó «pijo ácrata» al juez Pedraz, está en la misma línea, aunque eso sí, en plan bocanegra faltón, nada que ver con la elegancia de la señora Cospedal.
Ya se pueden dar prisa sus adversarios de los demás partidos. En Podemos tienen a Monedero y su nada enigmática frase “la violencia es un recurso último pero, en ocasiones, también es un recurso»: esta gente es poco sutil, no llega a ser un eudisfemismo, tan solo un sí, pero no. Mejor se presenta la cosa en el PSOE donde Pedro Sánchez sostenía que “si en España la regeneración es una urgencia, en la Comunidad Valenciana y en Madrid es una emergencia”: no está mal su idea de contraponer urgencia a emergencia, pero lo que significa esta expresión, fuera de los hospitales, es que en Madrid y en la CV sería un desastre que gobernase su partido. Sospecho que ni a Ximo Puig ni a Gabilondo les hará maldita la gracia (otro precioso eudisfemismo, por cierto). Yo, la verdad, me quedo con los eudisfemismos de Oriol Junqueras, con aquella perla de “cuando deje la política, volveré a trabajar” (‘quan plegui de la política tornaré a treballar’) Y tanto, maestro, nunca había visto una confesión tan audaz, un reconocimiento abierto de que el chollo de la política es incompatible con el curro. Seguro que le va la lingüística friki y es seguidor de mi blog.
Está genial tu recopilación de disfemismos de lo0s políticos. Por cierto que la palabra «disfemismo»me la acabas de enseñar. pero no se me olvidará: La letra con risa, también entra»
Gracias Ángel
Gracias, Gabi, apunto ese refrán pra cuando Correas haga una nueva edición de su Vocabulario. Un abrazo: Ábngel
Finísimo análisis y preciosas ironías. La señora Cospedal haría bien en leer tu texto y, de paso, Pedro Sánchez.
Un abrazo
Covadonga
Gracias, Cova, la verdad es que estos políticos nuestros (?) son un chollo, acabarán pidiéndome copy right. Un abrazo: Ángel