Doble sentido

 

Cuando era estudiante del último año de facultad y, como toda la canalla estudiantil, andaba corto de fondos, el profesor que llegaría a ser mi maestro me puso en casa proporcionándome una clase particular que parecía muy fácil y que además pagaban muy bien. Se trataba de enseñar español a un estudiante japonés que había enviado la embajada. Por aquellos tiempos ya se estaba preparando el desembarco comercial asiático y los del régimen franquista, que tan fino hilaban con los marxistas y con los llamados judeomasones, no se habían percatado de por dónde acechaba el peligro. Ni corto ni perezoso me dirigí a la residencia del japonés pertrechado de manuales de español como lengua extranjera, diccionarios y demás parafernalia educativa y le di una clase, a mi entender, magistral. Cuál no sería mi sorpresa cuando al acabar y preguntarle qué le había parecido, va y me mira con seráfica sonrisa oriental al tiempo que me espeta: todo esto ya lo sabía, lo que quiero es entender los chistes.

Me quedé estupefacto. Debo aclarar que mi alumno estudiaba la carrera diplomática y que, según me aseguró, el secreto de la diplomacia consistía en llegar a entender los chistes. ¿Los chistes? –le pregunté incrédulo. Sí, los chistes –me dijo muy serio–. De nada sirve aprender un idioma extranjero si no comprendes lo que hay por debajo de lo que te dicen. Entonces entendí que lo que le preocupaba era el doble sentido de las palabras. En efecto, si ese despechugado señor Varufakis que sale a todas horas en los periódicos no entiende que cuando en Bruselas le animan a profundizar las reformas lo que le están diciendo es que los griegos tienen que morirse de hambre lentamente en vez de hacerlo de una vez por todas, más le valdría comprarse cuanto antes una corbata y ponerse a la cola del INEM.

Las palabras tienen varios sentidos, es lo que los lingüistas llamamos polisemia: el ojo de la cara, el ojo de la aguja, el ojo de la cerradura, y así. Pero cuando se habla de doble sentido no es que una palabra tenga solo dos, sino que estos dos sentidos conducen a interpretaciones muy alejadas, contradictorias y hasta contrarias. Si digo que este cuadro me costó un ojo de la cara porque al transportarlo se me clavó el canto en un ojo y me quedé tuerto, acabo de hacer un chiste. Freud escribió todo un tratado sobre el particular: El chiste y su relación con el inconsciente. A mi estudiante japonés, aficionado a la marcha y a sus secuelas, no le dio tiempo para tanto, pero me proporcionó la bibliografía que necesitaba para darle clase al decirme que, aunque ya hablaba bastante bien español, no entendía ni papa de los tebeos de Mortadelo y Filemón. Y es verdad, quiero dejar constancia de que ya por entonces, y ahora todavía más, Francisco Ibáñez, me parece un genio. Lean cualquier tebeo de Mortadelo y Filemón, de Pepe Gotera y Otilio, de Rompetechos, de 13 Rue del Percebe y verán que la gracia de casi todas las viñetas se basa en un doble sentido. No sé en qué estarán pensando en la RAE: si alguien domina los entresijos del idioma, es este humorista. Por ejemplo, en las viñetas del número correspondiente al 25 aniversario que acompañan esta entrada del blog, se juega con un nombre propio, la bodega Los Niños, y con el reclamo sentimental que suelen utilizar los mendigos pidiendo para sus niños. O se aprovecha el valor alternativamente conjunto o distributivo de los números, de manera que un abrigo para los dos puede significar uno solo para dos personas o una prenda para cada una. Y así cientos, miles, millones de frases que salen de la boca de sus personajes –fumetti, dicen los italianos- en las que se retuerce constantemente el lenguaje.

Estas cosas son muy antiguas porque el lenguaje también lo es. En la edad media se lo pasaban bomba con la anfibología de el cerdo de Sancho, es decir, “Sancho tiene un cerdo” o “Sancho es un cerdo”. Los cultos, para no parecer que se dedicaban a cosas vulgares, hablaban de genitivo subjetivo y de genitivo objetivo y naturalmente lo ejemplificaban con una frase noble: amor Dei, o sea, el amor de Dios que vale por Dios me ama y por amo a Dios. Hasta aquí nada que objetar. Lo malo es que se empieza con un doble sentido y se acaba con dos sentidos que se contradicen. Antes he citado a la RAE. En su diccionario (DRAE) incluye un ejemplo sorprendente: “nimio, mia (Del lat. nimĭus, excesivo, abundante, sentido que se mantiene en español; pero fue también mal interpretada la palabra, y recibió acepciones de significado contrario). 1. adj. Dicho generalmente de algo no material: Insignificante, sin importancia; 2. adj. Dicho generalmente de algo no material. Excesivo, exagerado.”

Estupendo: la próxima vez que le digan que han traído algo para usted, conteste que se conforma con una cantidad nimia: si son los horrendos membrillos de la tía Elvira, puede mordisquear uno pensativamente y a otra cosa; si son las exquisitos torrijas de la tía Asunción, ya está legitimado para ponerse como el chico del esquilador. Lo mismo sucede con lívido (“pálido” o “amoratado”) o con corifeo (“líder” o “palmero”). Así que, pensándolo bien, más que a Ibáñez a quien habría que meter en la RAE es a Rajoy, ese que no iba a subir (o sea bajar) los impuestos, a Mas, al que solo preocupaba la felicidad de los catalanes (o sea de un catalán: él mismo), a Sánchez o a Iglesias que dicen practicar la democracia (o sea la dedocracia) cargándose por las buenas a sus adversarios en el partido… Faltan sillones en la RAE para tanto académico in pectore.

Un comentario

  1. Covadonga López Alonso escribió:

    Excelente exposición sobre el doble sentido. Yo también comparto tu placer por los tebeos y, desde luego, en ellos se encuentran buenísimos ejemplos de doble sentidos y de figuras de ironía no siempre fáciles de interpretar.
    Hoy he conseguido en París el número homenaje Charlie Hebdo y merece un estudio minucioso en ese juego bien resuelto que va más allá del doble sentido y que rompe las fronteras entre humor/crítica/sátira. Lástima que los extremistas no sepan entender el poder infinito de las palabras!!!!

    18/02/2015
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