Cuestión de género

(Acuarela de Ana Miralles)

 

Algunos amables lectores de este blog me preguntan si voy a tratar el tema del género. O para ser más exactos, lo que de verdad me están diciendo es: deje de marear la perdiz con eufemismos, parónimos y demás lindezas, que ya va siendo hora de coger el toro por los cuernos. Pues sí. Lo que pasa es que la del género es una cuestión vidriosa de la que uno no puede salir indemne. Si adoptas un criterio estrictamente gramatical, como parece que hace la RAE, malo, porque te dirán con toda la razón que la mujer ha estado (y sigue estando) discriminada y que una manera de contribuir a romper el techo de cristal es favorecer su visibilidad por medio del lenguaje. Pero si te lanzas a practicar esta sabia determinación, malo también, porque es fácil que caigas en un discurso pesado, reiterativo y cercano al ridículo. ¡Qué le vamos a hacer, el español (como muchas otras lenguas) tiene dos géneros, el masculino y el femenino, pero el de valor genérico es el primero, de manera que esas convocatorias que leo en algunos tablones de anuncios –se ruega a los vecinos y a las vecinas de esta comunidad, así como a sus hijos e hijas y a los amigos y amigas de ellos y ellas, que no suban sus perros y perras en el ascensor– quedan de lo más naïf.

Sin embargo, tengo que decir que beber agua es necesario para la vida y que sería suicida no hacerlo, aunque evidentemente tampoco hay que exagerar, pues los riñones no ganan nada cuando se les hace trabajar en exceso. Permítanme adjuntar un testimonio de incalculable valor, el de un director de la RAE, nada menos. Don Rafael Lapesa, que era discípulo directo del padre de la filología hispánica, Menéndez Pidal, fue un gran filólogo y una persona cabal. Elegido académico en 1954, fue secretario de la institución entre 1964 y 1971, y llegó a ocupar interinamente la dirección en 1988. Pues bien, este mismo Lapesa, nada sospechoso de veleidades idiomáticas, tenía un punto de vista interesante sobre el género. En el archivo personal que se custodia en la Biblioteca Valenciana hay numerosas notas manuscritas. En una de ellas, cuando José Luis Pinillos, director del Colegio libre de eméritos, le pide una relación de los aspectos más representativos de su vida profesional, don Rafael va y escribe: La experiencia resultante de haber enseñado a alumnos de Bachillerato, desde niños o niñas de primeros cursos hasta adolescentes de los últimos, y a alumnos y alumnas universitarios de diversos grados. La nota, que ha sido exhumada por la profesora Mª Luisa Viejo, resulta impagable porque la máxima autoridad del idioma se da cuenta de que, si bien niños y alumnos son palabras que se aplican correctamente a grupos con integrantes de ambos sexos, para dirigirse a personas reales lo que debemos hacer es hablar de niños y niñas, de alumnos y alumnas.

Pues ya lo tienen, no digan que no tomo postura: en asuntos de género, yo como don Rafael. Claro que Lapesa, que falleció en 2001 a los noventa y tres años, no llegó a conocer lo que era un blog. En las redes sociales, cuando parece que has zanjado el asunto, siempre te sale alguien pidiendo aclaraciones. Por ejemplo, otro amable lector me sugiere que lo que acabamos de comentar ocurre porque el español (y el francés y el catalán y el alemán y el ruso…, y así hasta más de mil lenguas) es un idioma machista. Bueno, yo creo que es un idioma que hablan sociedades machistas, que no es lo mismo. Mi comunicante me compara el español con el inglés, el cual, como no tiene género gramatical, dice que resulta políticamente correcto. Pues sí y no. Desde luego, las sociedades anglohablantes no son menos machistas que la nuestra porque allí las mujeres casadas pierden su apellido y así, de repente, parece que una autora, cuyos trabajos leías con interés, o se ha muerto o se ha ido a una comuna y pasa del mundo académico, cuando lo que en realidad sucede es que ha contraído matrimonio con un tal John Smith y ahora firma Eleanor Smith. Pero es que ni siquiera llega a ser del todo cierto que en inglés no haya género gramatical. Por supuesto hay género en el pronombre (hasta tres: he, she, it) y en el nombre, para ciertos referentes, cada sexo tiene una palabra que lo designa, pero esto no impide que se diga a man’s life hangs by a thread cuando nos estamos refiriendo a ambos sexos. Menos humos con lo del inglés, que en todas partes cuecen habas.

Por cierto: la cuestión del género no se reduce a la constatación de que el hecho de que el masculino se use para designar varones y el femenino para designar mujeres no nos impide reconocer las obvias implicaciones culturales y sociales que conlleva el pertenecer a uno u otro sexo. Además, hay otros géneros gramaticales que también tienen su miga. Se suelen distinguir, junto a los anteriores, el epiceno, el ambiguo y el común. El epiceno es una forma masculina o femenina que designa indistintamente a cualquiera de los dos sexos: el ratón para ratones y ratonas, la rata para ratos (¡qué gran acierto!) y ratas. El ambiguo es un género que vacila entre el masculino y el femenino: el mar y la mar, el tilde y la tilde. Finalmente, el género común es el de aquellas palabras que designan a ambos sexos y exigen la presencia del artículo para diferenciarlos: el artista y la artista, el testigo y la testigo.

Mis lectores estarán pensando que en cuanto me he librado del marrón de las cuestiones de género comprometidas, en cuanto dejo de tener que opinar sobre los diputados y las diputadas, me relajo y me pongo pesadito soltándoles un torro gramatical. No lo crean, el epiceno, el ambiguo y el común tienen bastante que ver con asuntos que se salen de la gramática. Fíjense en lo que está pasando con la formación de gobierno en España. Después de marear la perdiz durante cuatro meses, hay que repetir las elecciones porque los partidos políticos han sido incapaces de llegar a acuerdos. ¿Y quiénes son estos partidos? Pues miren. Por un lado están los partidos epicenos: el que parecía de lo más bolchevique y resulta que solo buscaba chollos, como le pasa a la gente de derechas y de izquierdas, indistintamente; o el partido que nos consta que es de derechas, aunque ha jugado a ser un buen chico del que cualquier madre, de derechas o de izquierdas, estaría orgullosísima. ¡Menudo par de renovadores están hechos estos epicenos! Por otro lado, está el partido ambiguo de toda la vida, ese que siempre te dice lo que quieres oír, si eres de derechas, pues derecha, y si de izquierdas, pues izquierda, marxista ma non troppo, de los de Groucho Marx, ya saben, si no les gustan mis principios, tengo otros. Finalmente no se pierdan al gran partido común –ellos dicen que del sentido común–, un partido que de tanto recortar se ha cargado hasta el género del sustantivo y tiene que echar mano de la etiqueta del artículo para que sepamos a qué atenernos.

La verdad es que entre epicenos, ambiguos y comunes lo tenemos crudo. Me apuntan mis corresponsales de blog que me he dejado un género, el género neutro, visible en algún que otro pronombre como eso y esto. Tienen razón: no lo contaba porque es muy raro, un resto de otras épocas del idioma. Pasa lo mismo con ciertas formaciones políticas minoritarias como los partidos nacionalistas, puro siglo XIX, aunque hay que reconocer que también pueden entrar en coaliciones de gobierno y hasta resultar determinantes. Este género neutro es bastante relevante en ciertos territorios y la táctica de sus partidos representativos es siempre la misma: unos dicen ser republicanos de izquierdas, otros se proclaman liberales, algunos actúan como si fuesen de extrema derecha o radicales antisistema, pero a la hora de la verdad lo que son es neutros.

Sea como sea, masculino, femenino, epiceno, ambiguo, común y neutro son una muestra de género. Y cuando un vendedor de fruta te dice que no toques el género o cuando un representante de ropa interior proclama que lleva buen género, ya se sabe de lo que están hablando: de mercancías. Así que luego no se escandalicen con los mensajes que se avecinan en la próxima campaña electoral. Toda esta gente lo que quiere es vendernos la moto, o sea, el género.

 

Dossier A.M. Midons editorial-colección Sombras n-3 oct 1996

2 Comentarios

  1. Palmira escribió:

    Muy interesante. Para mí el masculino incluye el femenino, como una regla práctica, no ofensiva para mi género, por eso me parece reiterativo eso de citar a todos y todas, amigos y amigas, vecinos y vecinas… Y todavía veo más ridículo lo de poner la @.
    No por eso me considero machista, sino que sobre todo me planteo ser «persona», cosa bastante difícil y que no tiene género. Besos,

    28/06/2016
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    • Ángel López García-Molins Ángel López García-Molins escribió:

      Gracias, Palmira. En efecto, el masculino incluye al femenino, pero -aclaro- gramaticalmente y en muchas lenguas, no en todas. Además, esto solo es válido para los sustantivos que refieren a seres sexuados. Evidentemente «libro» no incluye a «libra», se trata de dos cosas diferentes. Abrazos

      22/10/2016
      Responder

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